Todos los temas son improvisaciones libres excepto Vitari nequit melodiam, compuesto por Irene Aranda y Nocte in montibus, improvisación sobre 13 semanas, compuesto por Germán Díaz.
Irene Aranda: piano y piano extendido
Germán Díaz: zanfona y caja de música
Lucía Martínez: batería y percusión
Grabado en directo por Pablo Barreiro, los días 22 y 23 de abril de 2015, en el Teatro Principal de Santiago de Compostela con la colaboración de CRTVG, Concello de Santiago de Compostela e Inés Portela
Editado y mezclado en septiembre de 2015 por Ferrán Conangla e Irene Aranda en Estudio FCM
Fotografías y diseño gráfico de Fernando Fuentes, abril 2016, para esta nueva nube de producciones efímeras, la nube 1013
Frente a mí, una ventana, casi tan grande como alcanzan mis ojos. Me traduce la amplitud del horizonte, majestuoso, de un país inabarcable, roto a veces, complejo, rico, difícil de explicar, y de entender. Hay que recorrerlo, imbuirse de él y conocer, conocer tanto.
Muchos lo piensan en identidades, sangre o raíces; a mí me gusta imaginarlo en tribus. Tribus que no se nutren de linajes o abolengos, con jerarquías comunitarias, todos trabajando por objetivos y necesidades comunes. No importa de dónde vengas, qué hacías, si naciste entre algodones o entre escombros. La tribu te adopta, te abriga, te hace dar lo mejor que puedes dar para ti y para todos. La tribu es hermandad sin parentesco.
Irene, Germán y Lucía, son tres, pero uno, en ese sentido. Escuchando “Tribus”, también nosotros. Los tuteamos porque sus sonidos tienden puentes con nuestros oídos. Nos hacen de los suyos. O ellos de los nuestros, qué más da. La tribu es comunión, comprensión, compañía, compartir el cielo sobre nuestras cabezas, aunque solo sea cuando sus instrumentos se entrelazan entre ellos y entre las imágenes que nos evocan, con los ojos cerrados, escuchándolos.
Nos llevan, nos llevan…
A ese horizonte indeterminado, coronado por un cielo azul y plácido como el del huerto de Juan Ramón Jiménez. Pero no son las campanas del campanario las que tocan esta tarde, en esta tierra descosida y remendada mil veces, sino las tribus de tres músicos que poseen buena parte del futuro de la música improvisada en nuestro país.
Mastico esta música, me recreo, como la arcilla que escala mis suelas cuando camino entre huertos y bosques, incansable. Me sabe a mediterráneo, a cantábrico y a atlántico. Me sabe a verde y a ocre, a lluvia y arena, a sugestión y melodía, a folclore imaginado, destruido y reinventado. Como la melancolía, se mete entre la carne y el hueso, en ese espacio microscópico, casi inexistente, en el que el alma guarda lo que quiere conservar, aunque no lo pueda comprender.
El sol está bajo ya, casi tocando tierra, y la luz que baña los campos transmite una tranquilidad definitiva, la clase de paz que llega siempre con el atardecer, cada día, cuando la vida es sencilla.
Ser parte de algo, lo que uno elija. Encontrar la propia verdad en el reflejo del día, y en los sonidos de los otros cuando son, también, los nuestros.
Yahvé M. de la Cavada, 2016